#40AñosConVosotros
miércoles, 15 de febrero de 2012
EPÍLOGO....
La rápida e intensa transformación de nuestra sociedad reclama que no haya nadie que, por desinterés frente a la realidad, se conforme con una ética individualista. La obligación y el deber de Justicia y Caridad contribuyen a un fin común, con el objetivo de cubrir las necesidades y mejoras en las condiciones de vida del hombre.
El consentimiento y reconocimiento de las relaciones sociales deben ser consideradas por todos como uno de los principales deberes del hombre actual, aportando unas virtudes morales y sociales que hagan realidad una nueva época en las relaciones interpersonales. La educación y cultura de nuestros jóvenes, deben dirigirse de tal modo, que formen a hombres y mujeres, no sólo en personas cultas, sino en hombres y mujeres con altruista corazón.
La libertad humana a menudo se debilita por una vida fácil y espuria, y encierra a los hombres en una “idílica soledad” fuera de toda razón y lógica. Por ello, es necesario alentar la voluntad de participar en los esfuerzos comunes. Así mismo, el diálogo que se establece entre seres humanos facilita la comprensión y entendimiento entre todos, otorgando a la verdad un papel primordial en las relaciones humanas.
El diálogo supone y reclama capacidad de trasvase de pensamientos entre los individuos y su utilización realza las facultades y cualidades del hombre, las relaciones establecidas tienen que tender a un propósito de amistad, estima y consideración. La apertura de un diálogo sincero, desinteresado, leal y honesto nos hace renunciar imperiosamente a la indiferencia, el engaño y la rivalidad, y requiere necesariamente como base fundamental de esa relación, la verdad y la justicia, y como objetivo final, la libertad.
El derecho de mando que se basa en la ausencia de diálogo o en la amenaza velada, incluso en la oferta de premios y prebendas, no tiene eficacia ninguna en un hombre cuya dignidad esté por encima de cualquier clase de conveniencia y se considere un ser racional y libre. La autoridad de un líder no es un poder omnímodo, éste es un poder exclusivo de Nuestro Padre que ve y juzga los misterios más escondidos del corazón humano. El verdadero líder es aquel que se siente cautivado, pues el líder que se hace distinguir y admirar, es un necio que quiere notoriedad.
Hay que discernir siempre entre el error en sí y el hombre que lo comete; aunque no tenga todo el conocimiento de la verdad, no queda despojado de su dignidad y de su condición humana, incluso estando influenciado por conceptos falsos o insuficientes. Además, nunca desaparece la disposición a enmendar su error y buscar el camino de la verdad.
Quien hoy carezca de pericia para discernir entre la luz y la oscuridad, puede que mañana, sea iluminado por la divina providencia y abrace sinceramente, sin condición alguna, la verdad. Por tanto, no debemos de perder la esperanza de encontrar magnanimidad y nobleza en aquel que la tuvo y jamás debió de perderla.
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